Hace 98 años (6 de abril de 1917) nació Leonora Carrington. Su voz
era oscura como la palabra misma, alucinada. Nombró y se dejó nombrar por lo
maravilloso, por el mundo y la realidad del otro lado del espejo, pero también
de este lado vivió y padeció a su manera el milagro de las cosas y sus
circunstancias. Como Alicia. Como ella misma. Un pequeño homenaje de su lectora.
“Podrás no creer en la magia pero algo muy
extraño está pasando justo en este momento. Tu cabeza se ha disuelto en aire
ligero y puedo ver los rododendros cruzando tu estómago. No es que estés muerta
o nada tan dramático, es simplemente que te estás desvaneciendo y ya ni siquiera
puedo recordar tu nombre.”
(La
trompetilla acústica)
"Es muy difícil comprender al hombre -
dijo Carmela -, estoy segura de que será muy placentero y saludable al ser
humano no soportar ninguna autoridad. Tendrán que pensar por sí mismos en lugar
de ser siempre instruidos acerca de lo que deben hacer y cómo deben pensar por
medio de la propaganda, el cine, el parlamento y la policía..."
(La
trompetilla acústica)
"… y fue así como la diosa reconquisto
su vaso sagrado con un ejército de abejas, lobos, seis viejas damas, un
cartero, un chino, un Área a propulsión atómica y una mujer licántropo. El más
extraño ejército, quizás jamás visto en este planeta...."
(La trompetilla
acústica)
Las vacaciones del esqueleto
El esqueleto era
feliz como un loco al que le quitan la camisa de fuerza. Se sentía liberado, al
poder rodar sin carne. ¿Ya no le picarían así los mosquitos? ¿No pasaría así
hambre, sed, frío o calor? ¿Se hallaba acaso lejos del lagarto del amor?
No le gustaban
al esqueleto los desastres simplones, normalones, vulgares. Y para indicar que
la vida tiene sus momentos arriesgados, había colocado un enorme dedal en medio
de su polvoso cuartucho, sobre el cual se sentaba, todo torcido, de vez en vez
como si fuera un verdadero filósofo. Y a veces hasta tamborileaba sobre sus
rodillas algunas partes de la "Danza macabra" de Saint-Saëns.
¿Era grato? ¿Era
inocente? ¿Cómo era? Era nocturno. Era antiguo. Era en cierta forma agradable y
desagradable.
El esqueleto se
levantaba cada mañana, sucio como una hoja de afeitar. Luego adornaba sus
huesos con hojas que tomaba al azar de su librero. Se cepillaba los dientes con
tuétano de antepasados. Y de vez en cuando se pintaba las uñas de negro-alma. A
menudo se divertía gastando bromas ácidas o pesadas. Si no que mordisqueando.
Le había crecido un detector de no sabemos qué cosas en el interior de su
costillar chueco.
Era ocioso. Y le
gustaban las persianas y los parafraseos. Pero más las persianas. ¡Amaba las
persianas! ¡Las persianas que se bamboleaban, allá en el rincón de su cuarto!
¡Las maravillosas persianas! Le ponían de buenas: siempre tan traviesas: tan
dizque quietas, tan dizque cerradas, tan dizque según ellas muy bien enfiladas.
Dizque tapando la entrada del enfermizo sol lagunero.
No le gustaba el
calor y el polvo-tierra. Y por karma o esas cosas, le tocó morir toda una vida
en Torreón: cuna antonomástica del calor y el polvo-tierra: ambas en versiones
infernal.
Le llamaban la
calaca Lacolzeana. O Lacolz, a secas.
***
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