Viernes 21
de junio
Pretendes el vuelo del pájaro pero desatiendes su canto, conjuro
imprescindible.
No
es la lámpara lo importante, es lo que su luz ve: a más potencia más borra la
forma de lo que toca.
La
sabiduría no depende de las cartas que echas. La señal que esperas ha sido dada
antes de que nacieras.
No
se trata de dibujar perfecto, ni de dibujar la perfección. Se trata de dar
forma a lo invisible.
No
hay mapas. No hay rutas. El tesoro lo cargas adentro.
Para
qué indagar por la sombra del espejo en el caldero ponzoñoso, donde brotan las
raíces del árbol que crece aojado. El altar no garantiza el misterio.
No
hay escritura: hay dictado que empuja. Hay ajenidad en el hilo que teje el
vacío, en el hilo que mueve nuestras manos.
He
levantado hogueras con mis palabras. Silencios de gritos vienen desde las
llamas. Pero no me satisface un fénix hecho de cenizas.
Este
limpio cielo niega cualquier premonición: todo es ahora.
No
hay misterio dentro del cofre. Siempre ha estado afuera, con nosotros.
Dicen
que el sendero de la duda conduce al conocimiento. La duda es el conocimiento.
No
se construye la casa con las mismas piedras de la lapidación. Hemos construido
la casa para poder volver, para saber llegar.
Nada
queda lejos. Estás en la lejanía. No busques tu destino. Estás en él. La
ingratitud no lo reconoce. Así, extrañarás tu rostro, tu cuerpo, tu casa. Y,
ladinamente, te convencerás a ti misma de que se trata de libertad para huir de
la verdad.
En
tu afán no profanes la sombra debajo de la piedra. No todo es para ser leído.
El bosque es sagrado aunque analfabeta. No encontrarás allí el rostro que
abandonaste.
La
vasija se rompe por la fuerza del vacío en su interior, así como el silencio
hace estallar la palabra. El vacío está dentro del ánfora, no afuera. El
silencio está dentro de la palabra, no afuera.
No
habrá que cavar la tumba. La trinchera donde se combatió, servirá.
No
es tiempo de señalar. Es tiempo de borrar señales, cicatrices. Es tiempo de
llenar de hierba los caminos, de restaurar el paisaje.***
Samuel Vásquez / Echar las cartas
Colección de pensamientos que han encontrado forma en el poema, arrinconados por una manada en la que no son del todo bienvenidos. El poema que se detiene entre las páginas para pensarse de vuelta. ¿Poesía o Filosofía, ensayo? No importaría tanto lo que respondamos. Con este libro Samuel Vásquez nos arroja un lado oculto de lo que a veces asociamos con la poesía, sacándolo del concepto hacia la superficie, como una semilla oscura. Incluso nos revela algo distinto a lo que el título despierta entre nosotros, pues no son estos versos el azar de Mallarmé ni una defensa de la vida lúdica a lo Arreola o a Cortázar. Lo que está en juego es la capacidad de la inteligencia para responder, discernir, dejar grietas sobre el papel no necesariamente con sus experiencias sino con lo que puede estar después de ellas.
Hay en estas palabras una capacidad de afirmar que
no siempre se encuentra en la poesía colombiana, como el relampagueo de una verdad.
No una verdad absoluta sino "una verdad". El germen que queda cuando
se ha retirado los adornos y las adherencias, el silencio de una escultura en
la que vemos un paisaje a través de ella, quizás sea esto, como si arrojaremos
al tiempo una sucesión de pedradas:
"No corremos huyendo ante el espanto de este
país, sino que ya cargábamos adentro de nosotros un espanto anterior, más
antiguo."
"No es tiempo de señalar. Es tiempo de borrar
señales, cicatrices. Es tiempo de llenar de hierba los caminos, de restaurar el
paisaje."
"No hay país, sólo noche."
"En la noche sin país los desaparecidos
descansan mientras la hierba crece sin piedad en sus corazones."
"Me han hecho falta manos....
Manos para construir mi Babel más allá del cielo.
Manos para tus manos."
"Nunca llueve en el pasado."
"Ya sabes, los listos quieren manipular, además
de todo, el silencio. Dicen “el que calla otorga”, y han hecho del silencio una
tácita aprobación a sus actos."
"La hierba de la distancia crece sin control
sobre mis recuerdos. Hierba es todo lo que me queda. Sobre estos pastizales no
se levanta ni el más precario árbol, ni el más rudimentario albergue."
Para citar las que más que gustaron, o que más me
dolieron. Pedradas misteriosas, no por el aire que las ronda sino por el vació
que abren después, o que ya estaba. Afirmando la inteligencia o quizás
desplazándola del todo para enfrentarnos con el equívoco. Esa lucidez oscura
que se vive de vuelta cuando nosotros los lectores la sentimos. Me gusta
cuando esas verdades están sueltas, sin brocados ni narraciones. Como piedras
destiladas por el pensamiento donde cualquier aleación es cómplice. Y bien lo
dice Samuel Vásquez en la primera parte:
Aquí, cada palabra es una piedra...
...Hay que dejar que pasen las palabras
y, desordenadas, dejen
sus huellas en el papel
Abrir un sendero con palabras
construir castillos de palabras
encender amores entre las palabras
y, si la historia no llega, mejor
sin historia no habrá relato, no habrá acción
no habrá presunción, no habrá empalago
no habrá maneras, no habrá estilo
no habrá traiciones, no habrá sangre
pero habrá palabras
habrá escritura
Y sería hermoso pensar que estos fragmentos han sido
rescatados, como los gritos de salud que anteceden el desastre, como una
escritura de aforismos para los tiempos de guerra. Pero es cierto,
escribir también es el acto de construir, los poetas construyen sobre el papel,
en presente. Ya recordaba Vásquez en su ensayo sobre Édgar Negret que para un
americano una pieza por sí sola no está lista, incluso en detrimento de la
belleza y del silencio mismo, del poema. Que debemos articular donde los otros
ven obras terminadas, acoplar, llámese la lengua con un espacio o la imagen con
otras imágenes. Juntar nudos que antes no estaban en el mundo. Esta poesía
también es una defensa de la obra, al
margen de sus múltiples interpretaciones. El acto de construir con lo disperso,
de escribir como quien busca un eco en otra parte.
Si en la primera parte del libro encontramos al
Vásquez que arroja piedras o brocados para desocupar el espacio, tal como lo
buscaba Oteiza, permitir que un silencio distinto construya otras relaciones a
través de las páginas, en la segunda parte encuentro la soledad del que
conversa con esas obras de arte, con los amigos poetas, el hombre que delimita
las sombras que otros proyectan y que tanto me emociona en sus ensayos. Un
tiempo que no por hilvanado es menos exilio, quizás sea eso también. Que habla
con los poemas en el poema. La comunicación debe comenzar cuando
recuperemos la atención, y para eso deben caer esquirlas contra la comodidad de
la memoria. El otro requisito es la amistad entre el ojo y la lengua, ser
capaces de comunicar lo que vemos o como lo dice en otro poema, saber esperar
el encuentro, como si se tratara de un forastero.
Me gusta de este libro que no le teme a la
inteligencia, o mejor, que no le teme a conjurarla inteligentemente. "El
origen del pensamiento es un poema", decía Allain, Steiner hablaba de la
"música del pensamiento", eso y nada más es lo que a veces buscamos
cuando escribimos poesía, quizás ya lo dijera Montaigne en sus ensayos, el
primer ejercicio de inventarse como persona a través de una escritura libre.
También encuentro en Samuel muchas conversaciones tan nuestras que me hacen
sentir algo del diálogo de una época, la soledad de los poetas cuando se
reúnen, incluso detrás de los poemas más logrados y felices. Sabemos que el juego está perdido, sin remedio, el
éxito envilece y es criminal. "Fracasa otra vez, fracasa mejor",
decía Beckett desde los márgenes, que ganen los que todavía creen en el
progreso. Y es que ya no quedan muchos otros caminos para gritar como persona
que perdiendo sobre algún tipo de arte, parece decirnos este libro. Rescatar en
el lenguaje, si no el templo de Rilke -no es este el tiempo de los poetas
mayores, lo recordaba Charles Simic-, al menos sí una distancia para contemplar
lo que vivimos críticamente.
El intelectual, decía Jorge Gaitán Durán, carga la
herida original de su conciencia. Y eso ha hecho Samuel Vásquez en sus ensayos,
sus poemas, a lo largo de varias décadas de una vida dedicada a las artes:
reclamar el derecho de no pertenecer, no jugar nuestro juego. Salvar una
coherencia porque de otra manera no se puede mirar a los ojos. Así esto le
implique incomodarnos sobre el papel, así esto le implique la soledad de no
transigir nada con nadie.
***
Santiago Espinosa
2015