jueves, 8 de noviembre de 2012
domingo, 14 de octubre de 2012
Negret o la Imaquinación / Samuel Vásquez
«Ahí dejo estas piedras
que no estaban antes en el mundo»
Oteiza
«… deberían hacer un nuevo arte con
tornillos como ornamento,
cuñas de hierro que sobrepasen la
línea principal,
una especie de bordado gótico en
hierro…
¡Siempre imitaciones! Mejor sería
poner monstruos de hierro sujetos con pernos…
¡Hierro… hierro y más hierro!
Con colores graves como la materia»
Gauguin
Cuando Negret abandona la representación («Cabeza de Cristo», «Vaso con Flor»,
«Nido») y construye sus aparatos y sus máquinas metálicas, empieza uno de
los procesos más interesantes de la escultura contemporánea.
Abandonar la
representación es renunciar desde ya a la admiración que se regala a la
manualidad reproductora por la transubstanciación material que opera: una flor de lápiz, un
rostro de óleo, un dios de mármol.
Representar es mostrar la ausencia de lo representado.
Con la construcción de
sus aparatos y sus máquinas Negret deja la representación como sustitución
menguada de lo real y presenta, crea, añade algo nuevo a lo dado social, algo
que no estaba antes en el mundo. Agrega su metal-huella al universo.
La obra ya no
representa una realidad preexistente al hecho escultórico, sino que la realidad
escultórica se va construyendo a medida que se van estableciendo las relaciones
dialécticas entre las formas y el espacio
para conformar la imagen. Pero Negret no es un escultor compositivo ni
un escultor geométrico en sentido estricto. En el diseño, en el arte geométrico
o arquitectónico de composición, existe una base sistémica: admiten la
existencia de un sistema y parten de allí. En esos casos la originalidad nace de las combinaciones, de
las variables que se logran con unas formas que ya han sido dadas de antemano.
La sistémica desovilla la extensión de la mecánica de las combinatorias, pero
demarca sus propios límites. El artista trabaja así, oteando las fronteras de
sus posibilidades.
La escultura de Negret
no admite la autoridad de sistema alguno
y aglutina toda su fuerza y valor en el propio proceso dialéctico de
realizarse, de hacerse. La unidad de esta escultura no se da, entonces, por
obediencia a unas constantes que impone un sistema preexistente, sino que la
encuentra buscándose. Porque Negret no inventa, crea. Inventar es propio del
ingenio: apoya su actividad en la autoridad del sistema y sólo opta por las
variables que le proporciona. Crear es propio del genio: afirma la propia
autoridad: artesano de utopías, asalta imposibles, funda lo increado.
Negret critica y
elimina el sistema y va a la experiencia directa, es decir, no parte de una
estética a priori: determina sus propios elementos formales y el espacio aquí
no es noción ni concepto, sino experiencia. Es un espacio práctico y el
escultor es sujeto empírico: El espacio es entonces un conjunto de distancias
afectivamente importantes ,
una forma coherente de líneas de deseo, de líneas de fuga, una jerarquía de
importancia entre las cosas amenazantes o deseables, según la inmediatez, la
urgencia, o por el contrario, la lejanía de su amenaza o de su promesa. 1
Los impresionistas a
través de su tratamiento de hacer evidente la pincelada, separándola, y de
mostrar el gesto pictórico, han permitido al arte mirarse a sí mismo como
oficio y encontrar en su factura un valor estético. Valor estético que nos ha
llevado hasta los extremos de las dramáticas interjecciones del Expresionismo
Abstracto, o a las dulces exclamaciones del Impresionismo Abstracto,
o al límite de la teatralidad, al convertir en espacio y acción escénicos, la
tela y el chorreado de Jackson Pollock.
Por
otra parte Cézanne propone extremar la mirada objetiva y geométrica: «Cubos,
cilindros, esferas, conos…». Esta geometrización de la visión nos llevará
hasta un arte donde se aíslan las formas primarias y hace de lo definible,
medible y formulable su único valor. Se adopta, así, un espacio matemático en
donde el sujeto no tiene punto de vista. Es una mirada rigurosa, austera, de
despojo absoluto, pero es una mirada muy poco feliz: allí donde los demás ven
un rostro, ellos ven un círculo.2
Este
mirarse a sí mismo, este autoanálisis, esta disección del arte ha implementado
un gran conocimiento sobre el hacer artístico (nunca antes se habían ensayado
tantos tratados de estética), pero al desarmar la obra en sus elementos
primarios constitutivos (pinceladas, geometría, manchas, etc.) se ha demolido
la imagen. Se desarma el motor y se descubre la belleza de sus elementos, pero
ya no anda, ya no camina. Es notorio que la enseñanza de las artes plásticas
hace énfasis en la importancia de la imagen, mientras la enseñanza del diseño y
la arquitectura hacen énfasis en la devoción a la geometría y a la forma.
La
geometría no es ese esquema intelectual, fosilizado y tieso que nos han
enseñado, sino una disposición de la inteligencia para ocupar, para vivir un espacio que sin una forma
específica se nos vuelve infinito, invivible. Pero la geometría es un medio y no un fin. Es un medio para habitar el espacio: lo otro,
lo factible, lo que otorga posibilidad de forma, de figura, de sitio, de
movimiento.
Y si la extensión es
la característica del espacio, la intensidad es la característica de la
escultura. La geometría en Negret está sometida, es un sustrato compelido a
converger en la imagen. No se muestra como valor en sí, sino como medio para
construir la imagen. La forma geométrica es una prueba: se puede precisar,
medir, demostrar. La imagen es una huella: nos permite soñar. Y sólo a un sueño
debemos fidelidad. Es que en Negret, y es ésta su característica fundamental,
lo que se manifiesta es la IMAGEN, no la forma. Y la imagen no como sustituto
de un objeto, sino la imagen como realidad específica.
La imagen siempre pone
en emergencia la forma. Incluso lo barroco en Negret obra en favor de la imagen
y en detrimento de la forma: hace menos ostensible, menos discernible la forma,
pero completa la imagen. Mientras la forma es un concepto visibilista,
partitivo, atomista, la imagen es en cambio unitaria, totalizadora y ontológica
y deja una impronta más duradera en la experiencia y en la memoria. Por esto muchos recuerdan las imágenes de las
esculturas de Negret aunque no puedan precisar sus formas. La imagen…ese mito
niño.
Esta superioridad de
la imagen sobre la forma está, desde hace mucho, suficientemente demostrada. En
los comienzos del Constructivismo se hizo un dogma del concepto de que
entre más sencillas y homogéneas fueran las formas de las letras más fácil
sería su lectura. Esta idea es falsa porque al leer no leemos letras sino
palabras. Leemos cada palabra como conjunto,
como IMAGEN DE PALABRA. La oftalmología
nos ha enseñado que mientras más difieren unas letras de otras más fácil es la
lectura.
Al abandonar la
representación Negret se dedica a crear «arquitecturas submarinas», «señales
para acuarios», «señales de tráfico», «aparatos mágicos», «brújulas»,
«edificios», «escaleras», «cohetes», «torres», «pilotes», «navegantes»,
«puentes», …MÁQUINAS. En esta escultura sus títulos no obran como tales
sino como nombres y evidencian sus motivaciones. Todas estas obras podemos
agruparlas con el nombre genérico de máquinas.3
Negret crea máquinas.
Y las crea con la misma materia de las
máquinas: metal, tuercas, tornillos…y las pinta con colores brillantes como se
pinta un barco, un automóvil, un helicóptero, una máquina: rojo, negro, blanco,
azul, amarillo. No las pinta, como
piensan algunos críticos, para ocultar el material. Si quisiera ocultarlo
suprimiría las tuercas y los tornillos que lo delatan constantemente.
La
pintura es parte integrante de la función y estética de la máquina: protege el
metal y lo embellece, y le confiere una temperatura precisa
a cada escultura.4 Esta consubstancialidad que se da entre la
escultura de Negret y la máquina no se había dado antes sino en el teatro donde
el actor está hecho de la misma materia
que el personaje. Esto arrastra un
riesgo inminente de naturalismo que Negret ha sabido salvar sabiamente: sus
motivaciones son esenciales. El tiempo y el espacio de su estatua son y están
presentes. Son máquinas pero no se con-funden, no se funden-con la realidad: se
mantienen en la virtualidad, en el estadio del arte.
La
escultura del pasado hizo del cuerpo humano su objeto primordial y su
prolongación contemporánea se da en la
prolongación del cuerpo: la máquina. (La era electrónica producirá, sin duda,
una obra que será prolongación del cerebro). Cierto comportamiento orgánico de
algunas esculturas ha hecho decir que la obra de Negret representa
manifiestamente la naturaleza. Mas, ahí donde ellos ven gusanos yo sigo viendo
máquinas. Como prolongación del cuerpo humano y de sus deseos la máquina
siempre ha tenido comportamientos orgánicos.5 De ahí que sean comunes, por ejemplo, las
relaciones que hace la gente entre el avión y el pájaro. Es que el deseo de
volar encuentra una objetivación y una posibilidad en el pájaro. Por esto mismo
los indígenas norteamericanos llamaban al tren «el caballo de hierro que
fuma».
Si la diferenciación
que alcanza la escultura de Negret le otorga una extrañeza, una distinción
entre los demás objetos (escultóricos ono) subrayando que se ha agregado a lo
dado social una cosa que antes no estaba allí, su organicidad le confiere una
escondida naturalidad que
facilita su coexistencia con lo real preexistente. Es que el artista verdadero
no copia la naturaleza, obra como la naturaleza: «El arte nace en el hombre
como el fruto en el árbol». 6 Así en
Negret.
Su distinción, su naturalidad, su nitidez de imagen, dan a estas esculturas
una poderosa imposición visual, una rotunda capacidad de presencia. Tal como la
bicicleta y el tren hacen parte ya de las «nuevas naturalidades» y, como
estos, conservan la poética de su imagen y sustentan nuestro antiguo asombro.
Podría decirse que han devenido en «figurativas». Lo figurativamente
artístico en la obra de arte no radica en el mayor parecido alcanzado en la
representación de lo real, si no en la potencia de la vivencia de la imagen en
el plano o en el espacio. Un vaso, una silla, un carro, son ya hoy, y
definitivamente, figurativos. Tinguely, desde la otra orilla, señalando con sus
esculturas lo absurdo del productivismo y del utilitarismo de la máquina en la vida moderna, y Negret,
desde acá, presentando la estética de la máquina como la «nueva naturalidad»
del mundo contemporáneo, son las obras más importantes del arte que expresan
esta segunda era de la máquina. Sus
obras no refieren un tiempo histórico ni ficcionado, no hacen crónica ni
cuentan una anécdota ni ilustran una circunstancia, pero participan y señalan
una época que ha producido una inconfundible estética propia: la era de la
máquina. Si una época no logra crear un tipo de imaginación propia, será incomprensible.7
Negret realiza sus
máquinas con la técnica que instrumentaron para sus obras Picasso, Gargallo,
González y los constructivistas. Antes sólo
se utilizaban el modelado y la talla y la escultura era de una sóla pieza, no
tenía uniones. Negret no sólo hereda la
técnica de los constructivistas, hereda también su optimismo. El Constructivismo nace de una concepción y de una visión
optimista: la construcción del nuevo arte, del hombre nuevo, de la nueva
sociedad.8 No pretende
pues testimoniar, decide transformar. Toda construcción conlleva necesariamente
optimismo, y todo optimismo es, a su vez, obligatoriamente alegre. La escultura
de Negret posee el optimismo y la alegría del Constructivismo, pero éste es un optimismo severo y ésta es
una alegría exenta de toda coquetería,
que disgusta a los espíritus trágicos y a los líricos.
Negret, hoy, es un
artista que a pesar de haber conocido la consagración (esa mortaja en vida para
muchos), mantiene todo su vigor creativo y toda la energía y juventud de su
imaginación. Aunque su obra testimonia una gran cultura y un conocimiento de
todas las expresiones dinámicas del espacio,
no las convierte en recetas.
Valery ha dicho de Leonardo da Vinci que un abismo le hacía
pensar en un puente. Negret, en cambio,
ve un puente y crea una escultura, restituyendo el abismo.
____________
1. Hersch.
«L’etre et la
forme»
2. Yo en la flor veo un sol, en el
sol veo un dios.
3. Incluso el «Sol» no es representación
naturalista sino máquina. El «Sol» como
un molino agitado que produce luz, más
parece una rueda Pelton: hace parte de
la mecánica celeste.
4. Estando en Mallorca, Negret ve cómo los
barcos son pintados con colores brillantes y desde entonces involucra el color
en su escultura.
5. Máquina que no tenga comportamiento orgánico no es máquina, es
mueble.
6. Arp.
7. No comparto la cercanía que algunos tratan de establecer entre las
esculturas de Negret y las de Calder, a no ser en el aspecto material: el metal, el
color. Esta falta de rigor conceptual ha llevado a algunos críticos nuestros a
agrupar artistas por los materiales que
usan. ¡Qué tal si agrupáramos a los artistas que emplean óleo sobre tela!
Las formas ameboides que, tomadas de Miró, implementa Calder para
representar su zoológico metálico en láminas planas, distan mucho de las
imágenes barrocas pero nítidas de las máquinas de Negret en láminas curvas y
planas.
8.
Este optimismo se evidencia, así
mismo, en sus obras: el irrealizado monumento a la Tercera
Internacional de Tatlin fue proyectado para que tuviera el doble de la altura
del Empire State de N. Y.
(Taller de Artes de Medellín, 1987)
miércoles, 11 de julio de 2012
Tanto caminar...
TANTO CAMINAR en el mismo laberinto
y todavía no se reconoce la piedra
con la que tropezamos una y otra vez.
El olvido llueve sobre los ojos,
y simulamos dar un paso adelante.
Alguien sostiene con su sombra
el peso de lo que un día, una noche, volverá a repetirse.
No hay una máscara para el miedo,
tampoco para la muerte.
Todos los muros que nos rodean
están siendo escritos por el paso de las horas,
por nuestras largas vigilias, por el secreto deseo de la sangre,
por la insistencia del amor y el fracaso,
por la oscura ceniza que una vez fue nuestra casa
y que nos obliga a permanecer.
Pregunto entonces con la boca de los muertos:
¿qué de ti quedó entre las rosas?
***
Del libro, La noche en el espejo
sábado, 16 de junio de 2012
miércoles, 13 de junio de 2012
Cuadernos de Malte Lourids Brigge / Fragmentos / Rainer Maria Rilke
Memoria- René Magritte |
Aprendo a ver.
No sé por qué, todo penetra en mí más profundamente, y no
permanece donde, hasta ahora, todo terminaba siempre. Tengo un
interior que ignoraba. Así es desde ahora. No sé lo que pasa.
Hoy, al escribir una
carta, me ha disgustado el hecho de que estoy aquí solamente desde
hace tres semanas. Otras veces, tres semanas, en el campo, por
ejemplo, parecían un día; aquí son años. Por lo demás, no quiero
escribir más cartas. ¿Para qué decir a nadie que cambio? Si
cambio, ya no soy el de antes, y si soy otro distinto del que era, es
evidente que ya no tengo relaciones. Y por lo tanto no quiero
escribir a extraños, a gentes que no me conocen.
¿Lo he dicho ya? Aprendo
a ver. Sí, comienzo. Todavía va esto mal. Pero quiero emplear mi
tiempo.
Sueño, por ejemplo, que
todavía no había tenido conciencia del número de rostros que hay.
Hay mucha gente, pero más rostros aún, pues cada uno tiene varios.
Hay gentes que llevan un rostro durante años. Naturalmente, se aja,
se ensucia, brilla, se arruga, se ensancha como los guantes que han
sido llevados durante un viaje. Estas son gentes sencillas,
económicas; no lo cambian, no lo hacen ni siquiera limpiar. Les
basta, dicen, y ¿quién les probará lo contrario? Sin duda, puesto
que tienen varios rostros, uno se puede preguntar qué hacen con los
otros. Los conservan. Sus hijos los llevarán. También sucede que se
los ponen sus perros. ¿Por qué no? Un rostro es un rostro.
Otras gentes cambian de
rostro con una inquietante rapidez. Se prueban uno después de otro,
y los gastan. Les parece que deben de tener para siempre, pero apenas
son cuarentones y ya es el último. Este descubrimiento lleva
consigo, naturalmente, su tragedia. No están habituados a economizar
los rostros; el último está gastado después de ocho días,
agujereado en algunos sitios, delgado como el papel, y después, poco
a poco, aparece el forro, el no-rostro, y salen con él.
Pero la mujer, la mujer:
estaba toda entera caída hacia delante, sobre sus manos. Era en la
esquina rue Notre Dame-des-Champs. En cuanto la vi me puse a andar
despacito. Cuando las pobres gentes reflexionan no se las debe
molestar. Quizá lleguen a encontrar lo que buscan.
La calle estaba vacía;
su vacío se aburría, retiraba mi paso de debajo de mis pies y
claqueaba con él, al otro lado de la calle, como con un zueco. La
mujer se asustó, se arrancó de sí misma. Demasiado de prisa,
demasiado violentamente, de manera que su cara quedó en sus dos
manos. Pude verlo, y ver su forma vaciada. Me costó un esfuerzo
indescriptible quedarme en esas manos, no mirar hacia aquello de que
se había despojado. Me estremecí al ver un rostro tan de dentro,
pero me daba más miedo la cabeza desnuda, desollada, sin rostro.
(…)
Y cuando pienso en otros
que he visto o de los que he oído hablar, siempre es igual. Todos
tienen su muerte propia. Esos hombres que la llevaban en su armadura,
en su interior, como un prisionero; esas mujeres que llegaban a ser
viejas y pequeñitas, y tenían una muerte discreta y señorial sobre
un inmenso lecho, como en un escenario, ante toda la familia, los
criados y los perros reunidos. Si ni siquiera los niños, aun los más
pequeños, tenían una muerte cualquiera para niños; se concentraban
y morían según lo que eran, y según aquello que hubieran llegado a
ser.
Y qué melancolía y
dulzura tenía la belleza de las mujeres encinta y de pie, cuando su
gran vientre, sobre el que, a pesar suyo, reposaban sus largas manos,
contenía dos frutos: un niño y una muerte. Su sonrisa densa, casi
nutritiva en su rostro tan vacío, ¿no provenía quizá de que
sentían a veces crecer en ellas el uno y la otra?
He hecho algo contra el
miedo. He permanecido sentado durante toda la noche, y he escrito.
Ahora estoy tan fatigado como después de una larga caminata a través
de los campos de Ulsgaard. Me duele pensar que todo eso ya no existe,
que gentes extrañas habitan aquella vieja y larga casa señorial. Es
posible que en la habitación blanca, arriba, bajo el remate, las
criadas duerman ahora, duerman con su sueño pesado, húmedo, desde
el anochecer hasta la mañana.
Y no tiene uno nada ni a
nadie, y se viaja a través del mundo con su maleta y un cajón de
libros, y en resumen, sin curiosidad. ¿Qué vida es ésta? Sin casa,
sin objetos heredados, sin perros. ¡Si al menos hubiese recuerdos!
Pero ¿quién los tiene? Si la infancia estuviese aquí: pero está
como enterrada. Quizá sea necesario ser viejo para poder conseguir
todo. Pienso que debe ser bueno ser viejo.
(…)
Creo que debería empezar
a trabajar un poco, ahora que aprendo a ver. Tengo veintiocho años,
y , por decirlo así, no me ha sucedido nada. Rectifiquemos: he
escrito un estudio sobre Carpaccio, que es malo, un drama titulado
Matrimonio que quiere demostrar una tesis falsa por medios
equívocos, y versos. Sí, pero ¡los versos significan tan poco
cuando se han escrito joven! Se debería esperar y saquear toda una
vida, a ser posible una larga vida; y después, por fin, más tarde,
quizá se sabrían escribir las diez líneas que serían buenas. Pues
los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen
siempre demasiado pronto), son experiencias. Para escribir un solo
verso es necesario haber visto muchas ciudades, hombres y cosas; hace
falta conocer a los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros
y saber qué movimiento hacen las florecitas al abrirse por la
mañana. Es necesario poder pensar en caminos de regiones
desconocidas, en encuentros inesperados, en despedidas que hacía
tiempo se veían llegar; en días de infancia cuyo misterio no está
aún aclarado; en los padres a los que se mortificaba cuando traían
una alegría que no se comprendía (era una alegría para otro); en
enfermedades de infancia que comienzan tan singularmente, con tan
profundas y graves transformaciones; en días pasados en las
habitaciones tranquilas y recogidas, en mañanas al borde del mar, en
la mar misma, en mares, en noches de viaje que temblaban muy alto y
volaban con todas las estrellas – y no es suficiente incluso saber
pensar en todo esto. Es necesario tener recuerdos de muchas noches de
amor, en las que ninguna se parece a la otra, de gritos de
parturientas, y de leves, blancas, durmientes paridas, que se
cierran. Es necesario aún haber estado al lado de moribundos, haber
permanecido sentado junto a los muertos, en la habitación, con la
ventana abierta y los ruidos que vienen a golpes. Y tampoco basta
tener recuerdos. Es necesario saber olvidarlos cuando son muchos, y
hay que tener la paciencia de esperar que vuelvan. Pues, los
recuerdos mismos, no son aún esto. Hasta que no se convierten en
nosotros, sangre, mirada, gesto, cuando ya no tienen nombre y no se
les distingue de nosotros mismos, hasta entonces no puede suceder que
en una hora muy rara, del centro de ellos se eleve la primera palabra
de un verso.
(…)
domingo, 8 de abril de 2012
lunes, 2 de abril de 2012
martes, 14 de febrero de 2012
Cuaderno del Ángel / Poemas
Esto es entonces el silencio. Una preparación, un dejar que la vida y la muerte tomen cuerpo en nosotros y nos obliguen a mirarlas de frente, sintiéndolas en cada uno de nuestros miembros como sustancias indivisibles en cuyo centro se descifra la existencia. Todo cuanto conocemos estará ahí, de pie, imposible y transparente. Todo buscará nombrarse y celebrarse en esa región en la que ya no somos uno sino muchos, en la que no habrá un antes ni un después sino la grandeza de un tiempo inabarcable y eterno. "Todo ángel es terrible", nos dice Rilke en el comienzo de su segunda Elegía. ¿Y cómo no aceptar esta afirmación cuando se está frente a una realidad que se levanta por encima de nosotros y nos llama y nos exige una conciencia de totalidad, de absoluto? ¿Una exigencia que promete desbordar nuestros presupuestos, descoyuntar nuestra primera concepción de las cosas, de la naturaleza, del corazón del hombre? ¿Una exigencia que romperá dolorosamente el cuerpo de lo posible para ir tras la sombra de lo imposible?
***
Sílaba editores, 2012
Secretaría de Cultura Ciudadana, Alcaldía de Medellín
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